Aventuras de dos masones
El hombre que pudo reinar es un ejemplo del cine clásico por excelencia , sus elementos son de alta calidad , Sean Connery y Michael Caine, el guión inspirado en un relato de Rujard Kipling, éste, masón, como los personajes de la historia y una dirección de mano clásica, John Huston. Si se unen tantos elementos la garantía del resultado cuando menos es esperanzadora y el resultado es genial, cine clásico puro y con contenido.
La disertación moral es frecuente en Huston, valga recordar la maravillosa El tesoro de Sierra Madre sobre la locura originada por el dinero. Aquí el tema de disertación es la locura sobrevenida por el poder. Aunque aquí las cosas están suavizadas y el tono de simpatía generada no desaparece, sencillamente porque los personajes son entrañables. Sólo al final con la sonrisa aún dibujada se impone una reflexión más seria.
El relato de kipling no deja de ser disertación también sobre el origen de la Orden masónica. Aparece como planteamiento en la conversación que éste mantiene con el gobernador y lo desarrollado posteriormente no es sino una confirmación del origen disperso pero antiguo de al menos la simbología empleada por la Orden.
Prima a mi modo de ver un espíritu de un honor extraño pero que sabe reconocer al menos una idea clara, un límite infranqueable, cual es la fraternidad que viven los hijos de la Viuda, aunque incoherencias acompañen ese desarrollo, como por otro lado es natural siendo hombres que no dioses como Sean Connery llega a creer.
Este cine no muere, sigue vivo, sus historias son inmortales porque así lo son las pasiones del hombre que describen.
El cine de John Huston está vivo, tan vivo como cuando fue realizado. Y las historias de kipling son historias maduras de hermanos en el camino hacia la ciudad de Sinkara…o era Itaca?
Que mejor que el propio Kipling para narrarlo
"Allí estaban Rudle, el jefe de estación,
Peazley, de la Sección de vías y Trabajos,
Ackman, de Intendencia,
Donkin, funcionario de la Prisión
y Blake, el Sargento Instructor que fue dos veces nuestro Venerable;
y también estaba el viejo Franjee Eduljee, dueño del almacén “Artículos Europeos”.
afuera nos decíamos “Sargento “o “Señor” ; "Salud” o “Shalom”;
adentro, en cambio, ”Hermano” y así estaba bien.
Nos encontrábamos en el Nivel y nos despedíamos en la Escuadra.
Yo era el segundo Diácono.
Estaban, también, Bola Nath,
Saúl el contador,
el judío de Aden,
Din Mohamed de la oficina del Catastro,
el señor Chuckerbutty
Amir Sing el Sikh
y Castro, del taller de reparaciones, que por cierto era católico romano.
Nuestros ornamentos no eran ricos
y nuestro Templo era viejo y desguarnecido,
pero conocíamos los Landmarks y los observábamos escrupulosamente....
A veces, cuando miro atrás, me viene a la cabeza este pensamiento:
“En el fondo no había incrédulos, al margen, quizas, de nosotros mismos.”
Y así cada mes, después de la Tenida, nos reuníamos para fumar.
No nos atrevíamos a hacer banquetes
por miedo a forzar alguna norma de cualquier hermano
y hablábamos a fondo de Religión y de otras cosas;
cada uno se refería al Dios que conocía mejor,
y los hermanos tomaban la palabra uno tras otro y nadie se inquietaba.
Nos separábamos con el alba,
cuando se despertaban las cacatúas
y los malditos mosquitos portadores de fiebre.
Entonces, volvíamos a caballo
Y, después de tantas palabras,
Dios, Mahoma y Shiva jugaban al escondite dentro de nuestras cabezas.
Muy a menudo, desde entonces, mis pasos errantes al servicio del Gobierno
han llevado mi saludo fraternal, desde Oriente a Occidente.
¡Cómo los recordaba! ¡Y cuantas veces he deseado volver a verlos a todos!
A todos los de Logia Madre.
¡Como querría volver a verlos!
A mis hermanos negros o morenos
y sentir el aroma de los cigarrillos indígenas
mientras deambulaba por allí el que encendía la luz
y el viejo de la limonada removía objetos por la cocina.
Y volverme a sentir un Masón perfecto una vez más,
en esta, mi Logia de hoy".